“El ajedrez aporta la prueba indiscutible de la superioridad de la cultura socialista sobre la cultura decadente de las sociedades capitalistas"
Alexander Kotov y Mikhail Yudovich
Continuamos con nuestra serie de notas ajedrecísticas, con la idea de ponernos en clima ante el nuevo encuentro que protagonizarán Garry Kasparov y Anatoly Karpov en septiembre. En esta oportunidad, relataremos brevemente cómo se difundió la práctica del ajedrez en forma masiva por toda la Unión Soviética, convirtiéndose en un símbolo y en una cuestión de Estado del régimen comunista.
En Rusia, el ajedrez ya se practicaba con cierta dedicación y respeto desde, al menos, el siglo XVIII, lo que permitió el surgimiento de grandes jugadores como Alexander Petrov y Mikhail Chigorin. Pero su práctica se limitaba a las elites y su masificación no comenzó hasta después de la revolución de 1917, cuando se lo utilizó como un medio para difundir el ideario, la conducta y la disciplina socialista. En un reportaje reciente, Karpov cuenta la historia de esta forma:
“[El ajedrez] Era parte de la vida de la alta sociedad rusa y también lo jugaban algunos grandes escritores y científicos en la época imperial. Tras la Revolución, el nuevo poder decidió que Rusia era un país con mal nivel educativo, porque después de la Revolución muchos intelectuales dejaron el país. Eso provocó que hubiera que construir una nueva, cómo decirlo, inteligencia o población bien formada. Pensaron que una de las formas más sencillas e inteligentes para hacerlo era a través del ajedrez…El nuevo poder decidió utilizar el ajedrez para educar a la gente y tuvo éxito. Durante todo el periodo de la Unión Soviética, que fue una dictadura, hubo una forma muy pragmática pero muy poderosa de educar a la gente y decirle cómo tenía que pensar.”
El carácter científico y carente de azar propio del ajedrez siempre encajó bien con la ideología marxista. Se dice que el mismísimo Marx era un gran aficionado al juego e incluso encontramos una partida supuestamente jugada por él, cuya veracidad no podemos afirmar. Mejor documentada está la pasión por el ajedrez de Lenin, a quien se le atribuye la frase “El ajedrez es una gimnasia mental” y del que podemos encontrar fotos enfrentándose a oponentes tales como el escritor Maksim Gorky. En épocas más recientes, tenemos la partida Fidel Castro-Bobby Fischer y las tablas que el Che Guevara le robó a Miguel Najdorf.
Pero volvamos a la Unión Soviética. Luego de la revolución, Alexandr Iliin-Zhenevski, fue nombrado comisario de la Organización General de Reservistas de Moscú, responsable de preparar a los jóvenes que hacían el servicio militar obligatorio en la milicia de obreros de fábricas, la Guardia Roja, y más tarde, el Ejército Rojo. Este hombre, gran jugador de ajedrez, creía que dicho juego podía adoptar un papel y propósito político, y que debería estar subordinado a la lucha ideológica. Es conocido por haber escrito "el ajedrez no puede ser apolítico como en los países capitalistas". El ajedrez fue tomado como un proyecto de prestigio, en el que todos debían trabajar unidos para llevarlo a cabo.
Iliin-Zhenevski fue responsable de organizar la primer Olimpiada de Ajedrez Ruso en octubre de 1920, que en la práctica se convirtió en el primer Campeonato Soviético. De acuerdo a Kotov y Yudovich, este torneo fue el puntapié inicial de muchos otros en Moscú y Leningrado, como el Internacional de Moscú de 1925 en el que Iliin-Zhenevski se convirtió en el primer soviético en derrotar al entonces campeón mundial, el cubano José Raúl Capablanca.
En 1924 se fundó la Sección de Ajedrez del Consejo Supremo de Cultura Física o algo así (Chess Section of the Higher Council of Physical Culture). El comandante Nikolái Krilenko, a cargo de la misma, lanzó la consigna: “Llevad el ajedrez a los trabajadores!”. Secciones similares se fueron fundando en los Consejos de Cultura Física locales. "Debemos acabar de una vez por todas con la neutralidad del ajedrez, hemos de organizar brigadas de choque de jugadores de ajedrez y empezar de inmediato a cumplir el plan quinquenal del ajedrez”.
De mil jugadores registrados en 1923, se pasó a ciento cincuenta mil en 1929. En esos años se lograron grandes avances en las técnicas de enseñanza gracias a los esfuerzos y estudios de psicólogos y pedagogos como Vigotski, Luria y Leontiev. También surgen entrenadores de ajedrez de alta especialización como Romanovsky, Rabinovich y Levenfish que, además de ser grandes jugadores prácticos, son capacitados por los mejores especialistas en psicología educativa para que construyan un sistema de enseñanza de ajedrez de máximo desempeño. El número de jugadores seguía creciendo y también su nivel.
Pese a ser ruso, el origen aristocrático y la adopción de la nacionalidad francesa por parte de Alexander Alekhine impiden que lo consideremos el primer campeón mundial de la era soviética. En 1919 fue encarcelado acusado de espionaje y, según la Wikipedia, fue liberado después de disputar una partida con León Trotsky. Conquistó el título en 1927 en nuestro Club Argentino de Ajedrez, donde todavía se exhiben las mesas en las que derrotó a Capablanca. Es en las décadas siguientes donde la escuela soviética comienza a mostrar sus frutos, aunque la Segunda Guerra Mundial se interpuso en el camino. “Fue una verdadera lástima, puesto que un match entre Alekhine y Botvinnik (o Keres) habría sido muy interesante y fructífero para el ajedrez”, se lamenta Kasparov en el segundo tomo de su obra “Mis geniales predecesores”. Dejemos que Garry nos siga contando:
“La guerra modificó también de modo radical la relación de fuerzas en la arena ajedrecística….En resumen: en 1948, de los luchadores al máximo nivel, sólo se mantenía Botvinnik. Para él la II Guerra Mundial había jugado el mismo papel que la I para Capablanca: sirvió para despejarle el camino hacia la cumbre….Es probable que tanto Capa como Botvinnik hubiesen llegado, en cualquier caso, a proclamarse campeones, pero de haber seguido los acontecimientos el curso natural habrían tenido que afrontar una lucha muy distinta”.
De todas formas, Kasparov reconoce el “salto verdaderamente revolucionario” que ocurrió con Botvinnik. Para muchos, este gran ajedrecista fue el verdadero padre del ajedrez soviético moderno. A él le siguieron los también soviéticos Vasili Smyslov, Mijail Tal, Tigran Petrosian y Boris Spassky. En la siguiente foto, tomada en 1987 en la escuela del ya veterano Botvinnik, se observa a un joven Garry Kasparov y a unos niños Vladimir Kramnik, Sergey Tiviakov y Alexey Shirov.
No hay tiempo para detenernos ahora en la irrupción del genial Bobby Fischer, quién quebró por unos años la hegemonía soviética. Su caso merecería una serie de notas específicas que nos distraería de nuestro objetivo actual. Les prometemos que la próxima semana especularemos sobre cuál hubiera sido el resultado del match entre Fischer y Karpov que debía realizarse en 1975. Por ahora, nos limitaremos a mencionar que Bobby siempre envidió el respeto y, sobre todo, el apoyo económico que recibían los jugadores soviéticos por parte de su gobierno. En la Unión Soviética los campeones mundiales gozaron de una serie de privilegios que los contenía al mismo tiempo que provocaba que otros ajedrecistas se sintieran menospreciados. Como cuenta Spassky, “mientras fui campeón del mundo nunca me consideré ciudadano soviético, sino más bien 'rey de ajedrez'”. Karpov sería el próximo rey, pero de el nos ocuparemos la semana que viene.
A esa altura, como escribió el diario español El País, se ajedrez soviético se había vuelto una cuestión de “pureza moral”:
“Un total de 4.200.000 personas, de ellas la mitad niños, están inscritas y organizadas como jugadores de ajedrez en la URSS. Más de medio centenar tiene el título de gran maestro, y unas 700, el de maestro. Las instancias oficiales favorecen y fomentan el juego del ajedrez, ya que las cualidades que se suponen ligadas a este deporte -paciencia, disciplina, capacidad intelectual y espíritu colectivo- se ajustan bien con las que propugna el sistema de valores soviéticos. La "pureza moral" y el "amor y la devoción al modelo socialista" están, por ejemplo, entre los objetivos del Club Central de Ajedrez de Moscú, uno de los más reputados de la URSS.
Desde la infancia, los ciudadanos soviéticos tienen múltiples oportunidades de practicar el ajedrez. Cada año, centenares de miles de niños en edad escolar participan en el torneo Torre Blanca. El deporte del ajedrez forma parte de las actividades escolares complementarias y tiene un lugar reservado en los palacios de los pioneros, entidades culturales y recreativas que centralizan las actividades juveniles. De estos palacios ha surgido la mayoría de los actuales maestros ajedrecísticos soviéticos, que en muchas ocasiones regresan a ellos de adultos para entrenar a los jóvenes aficionados. El palacio de los pioneros del distrito Baumann, de Moscú, por ejemplo, cuenta con una sección de ajedrez formada por unos 60 niños (de ellos sólo cinco chicas), de edades comprendidas entre los 6 y los 17 años. En una habitación de paredes forradas de madera, donde cuelgan los retratos de grandes figuras del ajedrez, los niños se entrenan diariamente. Allí, junto a mesas repletas de literatura especializada -en la URSS se publican una decena de revistas de ajedrez, con tiradas de cientos de miles de ejemplares-, no resulta sorprendente ver a pequeños de ocho o nueve años jugando partidas relámpago de cinco minutos con absoluto dominio de la situación”.
Esto fue escrito en abril de 1984, cuando ya se palpitaba que un joven Kasparov se convertiría en el aspirante al campeonato del mundo que poseía Karpov. Seguramente, el autor de esa nota desconocía la rivalidad que surgiría pocos meses después, rivalidad que se mantiene vigente a veinticinco de ese primer gran encuentro.
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