lunes, 3 de agosto de 2009

Los verdaderos e inigualables K

Soy un convencido de que la historia de la Unión Soviética podría ser contada a través de los campeonatos mundiales de ajedrez. Prometo que algún día me tomaré el trabajo de hacerlo. Resulta muy sencillo asociar al match Fischer-Spasky con la guerra fría pero mi mayor interés no está ahí, sino en los verdaderos matchs del siglo: los cinco encuentros entre Garry Kasparov y Anatoly Karpov. Estos duelos no pueden ser pasados por alto por ningún aficionado al ajedrez ni por nadie que quiera comprender los últimos años de lo que Hobsbawm denominó “el siglo XX corto”. Para mi gusto, se han estudiado mucho sus partidas pero no se ha puesto mucho interés en el transfondo político de estos eventos, al menos en un idioma accesible para mi.

En septiembre se van a cumplir 25 años de aquel maratónico, accidentado e inconcluso primer match de Moscú. Fue el comienzo de una rivalidad que superó largamente lo deportivo. Como dice la Wikipedia, “no sólo se enfrentan dos formas de entender el ajedrez, o dos personalidades, sino dos modos de entender la vida, que suele coincidir con dos modelos enfrentados de sociedad….Karpov era el símbolo del ideal soviético: comunista, miembro del parlamento soviético y presidente del Fondo Soviético para la Paz; mientras que Kasparov era el Hijo del cambio, que habría de transformar la sociedad soviética hasta hacerla desaparecer”.

Algo cambió en el mundo entre aquel primer encuentro en la capital rusa y el quinto de Nueva York en 1990, donde había en juego una bolsa millonaria –millonaria en términos ajedrecísticos, claro-. Tuvimos que aprender el significado de palabras como Glasnost y Perestroika, explotaron Chernobyl y el Challenger, cayó el muro de Berlín, Maradona le metió dos goles históricos a los ingleses….El mundo cambió para siempre, y el ajedrez también. Difícilmente volvamos a ver algo parecido a la Unión Soviética y difícilmente aparezca un campeón mundial que se atreva a comparar su estatura con la de estos dos gigantes.

Para quienes disfrutamos del juego-ciencia, sus partidas siguen siendo una referencia inevitable. ¿Quién no intentó alguna vez copiar el repertorio de aperturas que ellos usaban? Impusieron más modas que cualquier diseñador de ropa. Aun hoy, cuando se quiere encasillar a un ajedrecista, se dice que tiene un “estilo Karpov” o que “juega a lo Kasparov”. Y, por más que admiremos a ambos, todos nosotros tenemos un preferido.

El nivel de sus partidas provocó la envidia del mismísimo Bobby Fischer, quien hasta sus últimos días siguió insistiendo con que estaban “arregladas jugada a jugada”, pues tenían muy pocos errores como para ser reales. Por más que tengo una opinión, no me interesa discutir quién fue el mejor ajedrecista de la historia. Solo diré que hay un aspecto en el que el genio norteamericano no les llegaba ni a los talones a los K: la lucidez de los campeones soviéticos excede largamente el universo de las 64 casillas. Recuerdo cuando Karpov visitó la Argentina en el 2000 y Clarín publicó un reportaje de una carilla en la sección deportes y otro de dos páginas en la parte central del diario, en el que hablaba exclusivamente de política. Con Kasparov podría pasar lo mismo. Podemos estar de acuerdo o no con lo que piensan, pero es innegable la elevada formación cultural e intelectual de ambos. Son personas completas, instruidas, educadas, mentalmente equilibradas. Sus opiniones son demandadas y escuchadas en los más diversos ámbitos y, además, juegan al ajedrez como los dioses. Comunismo 1, Capitalismo 0.

Entre el 21 y el 24 de septiembre, podremos verlos nuevamente separados por un tablero jugando un match a 12 partidas rápidas. Obviamente, haremos una cobertura especial de semejante evento. Pero para ir poniéndonos en clima, inauguramos una columna semanal dedicada a revivir la vida y la historia de estas dos grandes personalidades de la historia reciente.



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